Cuando el tatuador/a realiza un tatuaje, tiene que introducir la tinta en la dermis (justo después de la capa basal) , ya que, si únicamente lo hicieran en la epidermis, el dibujo no perduraría en el tiempo ( por la renovación de la piel, deterioro del sol, agentes externos, etc.) Una vez introducida en la piel, aunque nuestro sistema inmunitario envía una tropa de glóbulos blancos, para curar la “herida” (que nuestro organismo interpreta acabamos de tener) las moléculas de tinta son demasiado grandes para ser retiradas en su totalidad, así el dibujo continúa intacto.
Con el láser y su energía fotoacústica se minimizan estas moléculas de pigmento que nuestro cuerpo no es capaz de eliminar por sí solo, al destruirlas y hacerlas mucho más pequeñas, podemos eliminarlas a través de nuestro sistema linfático y vascular.