La historia de los tatuajes en Barcelona nace con las paradas de los marineros en el puerto: estos ya eran aficionados a los tatuajes y al desembarcar en la ciudad escandalizaban y creaban tendencia a partes iguales con sus pieles marcadas con tinta. Así empezó a popularizarse en la ciudad Condal el tatuaje.
En los años 60, Ron Acker (uno de los pioneros del tattoo) llegó a Barcelona atraído por la cultura del tatuaje, que siempre se practicaba en trastiendas de otros negocios o en bares, como servicio añadido. Gracias a Acker, la ciudad empezo a popularizarse entre los aficionados del tatuaje y por eso deseaban visitar la ciudad. Entre ellos, Vicente Pato Leiva, un joven argentino que llegó a Barcelona en los años 80 después de visitar otros países y aprender diferentes técnicas de tatuaje. El lugar donde más aprendió fue en Canadá ya que allí conoció al que fue su maestro en el arte del tatuaje y gran amigo, Thom Lockart.
Su visita a Barcelona se debía sobre todo a sus ganas de conocer el país del que era originario su padre y también su vocación por los tatuajes.
¿CÓMO NACIÓ EL PRIMER ESTUDIO DE TATUAJES EN BARCELONA?
Ya en Barcelona, Vicente empezó a trabajar de camarero en un bar de heavy metal llamado Bar Boogie ubicado en el Carrer del Vidre, cerca de la Plaça Reial. Al mismo tiempo, le pidió a Thom Lockart una máquina para practicar como tatuador en la trastienda del bar, que él mismo acondicionó. Al cabo de un tiempo, los dueños del bar le echaron porque los tatuajes generaban más ingresos que el propio bar. Esto le empujó a abrir su propio estudio aprovechando su tirón como tatuador y la ausencia de estudios de tatuajes en la ciudad.
De izquierda a derecha: Ron Ackers, Vicente Pato Leiva y Thomas Lockart en Barna Tattoo.
Así es como nació el primer estudio de tatuajes de Barcelona: Barna Tattoo en el año 1988, en el carrer d’Obradors. Sin embargo, Vicente pasaba la mitad del año en Buenos Aires y la otra mitad en Barcelona. La mayoría de los encargos seguían llegando gracias a los marines estadounidenses lo cual implicaba largas jornadas de trabajo durante los 3 o 4 días que duraba su estancia en la ciudad. Un día, Ron Ackers, el tatuador británico que incluso llego a trabajar con soldados durante la Segunda Guerra Mundial, estando de vacaciones por Barcelona, se enteró de la recién apertura del estudio en la ciudad y se presento allí. Thomas ya le conocía por las convenciones de tatuadores; los tres entablaron una gran amistad.
Durante los años siguientes Ackers pasó algunos meses tatuando en Barna Tattoo lo cual hizo que la popularidad del local fuera in crescendo. Podríamos considerar que las visitas anuales de Ron a Barna Tattoo fueron los primeros trabajos como tatuador invitado (Guest tattoo) en un estudio de tatuajes en Barcelona.
Con el tiempo, Acker dejó de tatuar y ya no volvió a Barna Tattoo, pero continuaron su amistad y el estudio no dejó de crecer gracias al trabajo de Vicente y sus aprendices Ángel, Jordi y Ramón.
En los años 90, los tatuajes dejaron de ser una marca de marginalidad y mucha gente empezó a valorarlos como obras de arte. Los estudios de tatuaje empezaron a florecer por muchas ciudades y barrios de Barcelona. Lo mismo sucedió con los tatuadores profesionales. Por esa época, Vicente decidió traspasar Barna Tattoo a Ángel, su aprendiz, para volver a Buenos Aires y abrir otro estudio de tatuajes.
Ángel continuó el trabajo de Vicente en el estudio, pero acabó siendo asesinado por el marido de su amante mientras trabajaba. El estudio fue traspasado a otras personas conservando el nombre, pero la historia sigue durante el final de los años 90 y el siglo XXI por otros caminos que seguiremos explorando en próximos posts.